5 abr 2012


La tristeza se te mete como el agua de lluvia. 
La tristeza te envuelve en una manta vieja mientras te recuestas en el sillón y todo baja de volumen y la luz muere un poquito. La tristeza se disuelve en el aire y llena tus pulmones, y la respiras y sólo sueltas aire. 
La tristeza se cuelga de las cortinas y hace atardeceres de todos los minutos. 
La tristeza se descuelga del techo y ocupa el suelo y siempre pisas hojas con versos tristes escritos. 
La tristeza es lo más fiel porque no se va nunca con nadie, sólo se esconde, se agazapa, se encoge. Y entonces vuelve a lomos de aquella canción, de aquella foto, de este recuerdo. 
La tristeza duele, duele dentro, donde no hay esquinas para esconderse.
 La tristeza es sólo nuestra, porque nadie la entiende, nadie la posee como cada uno de nosotros. 
La tristeza se disfraza, te cautiva, te engaña, te molesta, te acompaña, te seduce, te enamora a veces. 
La tristeza es pesada como el Loctite cuando se te pega en un dedo y no puedes hacer nada por quitarla. 
La tristeza es como querer ir al servicio en medio de un viaje y no hay gasolineras a la vista. 

La tristeza es nuestra. 
La tristeza debería estar prohibida en mayo. 

(La tristeza, debería estar prohibida siempre.)
















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