Estimada Frau Milena:
Acaba de cesar una lluvia que se prolongó por espacio de dos días y una noche. Es probable que sólo se haya detenido por un rato, pero de todas maneras es un acontecimiento digno de ser celebrado. Y eso es lo que estoy haciendo al escribirle. Sin embargo, hasta la lluvia era soportable, porque aquí uno está en el extranjero, extranjero sólo en cierta medida, pero con todo hace bien al corazón. Si mi impresión fue correcta (un pequeño encuentro aislado, semimudo, parecería ser inagotable en el recuerdo), usted también disfrutaba de la sensación de ser extranjera en Viena, aunque más tarde las circunstancias generales hayan ensombrecido ese placer. Pero ¿no disfrutó usted de lo desconocido como tal? (Cosa que, dicho sea de paso, puede ser un mal síntoma, un síntoma que no debería presentarse.)
Yo lo paso bastante bien aquí. Difícilmente pueda el cuerpo mortal soportar más cuidados. El balcón de mi pieza está inmerso en un jardín rodeado, desbordado de arbustos en flor (la vegetación es muy curiosa aquí: con una temperatura que en Praga casi congelaría los charcos, ante mi balcón comienzan a abrirse las flores) y expuesto por completo al sol (mejor dicho, a un cielo densamente nublado, desde hace casi una semana). Me visitan lagartijas y pájaros, parejas desparejas. ¡Me gustaría tanto que viniera a Merano! Hace poco me hablaba usted, en una carta, de atmósfera irrespirable. La imagen y el sentido están muy próximos en ese caso y ambos podrían mejorar un poco aquí.
Con los más afectuosos saludos
Suyo, F. Kafka
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