7 nov 2011




Es preferible el pecado a la hipocresía.




Las infidelidades se perdonan, pero no se olvidan jamás.




El amor es emoción 
y el sexo acción.


                                                                                                                         Madame de Sevigné





6 nov 2011



29 de Mayo

Sin saber cómo ni cuando, he aquí que me analizo. Esa necesidad de abrirse y ver. Presentar con palabras. Las palabras como conductoras, como bisturíes. Tan sólo con las palabras. ¿Es esto posible? Usar el lenguaje para que diga lo que impide vivir.

Conferir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad. palabras filosas (pero no son palabras sino frases y tampoco frases sino discursos).
Imposibilidad de fraguar símbolos. De allí la imposibilidad de escribir obras de ficción.



Diario Personal

Alejandra Pizarnik 


5 nov 2011


Solo, en medio de todo;
estar tan solo
como es posible,
mientras ellos vienen
muy despacio,
se agrupan,
ponen su campamento,
invaden,
talan,
hunden,
derriban las palabras
una a una,
se reparten mi vida,
poco a poco,
levantan su pared
golpe a golpe.

Después se van;
se marchan
lentamente,
pensando:
-Nunca podrás huir de todo lo que has perdido.

Tal vez tengan razón.
Tal vez es cierto.

Pero llega otro día,
el cielo quema
su cera azul encima de las casas;
yo regreso de todo lo que han roto,
busco entre lo que tiene
su propia luz,
encuentro
la mirada del hombre que ha soplado unas velas,
el limón que jamás es parte de la noche;
ato,
pongo de pie,
reúno los fragmentos,
me convierto en su suma.

Y todo vuelve
otra vez;
las palabras
llegan donde yo estoy;
son las palabras
perfectas,
las que tienen
mi propia forma,
ocupan cada hueco
y cierran cada herida.
Las palabras que valen para hacer estos versos
y sentarse a esperar que regresen los bárbaros.



Roto
Benjamín Prado



4 nov 2011



"A más de cinco mil metros de altura, las mulas andinas trepan dejando señales rojas en la nieve, hechas con las gotas de sangre que se les escapan por la nariz. Mulitas tan livianas y ligeras que parecen nubes; pero dentro de esa aparente liviandad, el corazón les late tan fuerte que los jinetes pueden oír su golpeteo. También las pala-bras, en el refugio cordillerano donde escribo esta historia, suenan como latidos; y llegan a mí de la misma manera que el ruido del corazón de las mulas al preocupado oído del mulero.
Más arriba de este refugio, llamado Mirador de los vientos, el cielo es permanentemente azul. Las nubes es-tán siempre allá abajo. Las he visto tiritar de frío y deshacerse en lluvias que no me alcanzan. Son algo así como la intensidad que aquí tiene la altura, la que des-nuda las palabras y hace sangrar a las mulas. Debajo de ellas viven las aves de vuelo corto, que sólo conocen su reverso. En cambio para el cóndor, que las domina, y cuyo vuelo permite la expansión de la cordillera, casi no existen; son como el polvo de su camino.
El Mirador, integrado a la montaña, es circular, de techo abovedado, con un ventanal que da al abismo. Hay un hogar para el fuego, que alimento con raíces, especies de árboles disminuidos que para no helarse crecen bajo tierra. Cuando están vivas, asoman afuera apenas una pequeña forma que las conecta con la luz. El calor llega hasta el establo contiguo donde duerme la mula que me lleva y me trae. Mi mesa de trabajo está junto al ventanal. Sobre ella hay un candelabro, un tintero, un diccionario, la Gramática de don Antonio de Nebrija. En un arcón hay alimentos, tinta y hojas que amarillean por sus bordes. En la pared, una guitarra y las sombras de los objetos, incluyendo la mía, permanentemente proyectadas por las llamas del hogar.
El estudio de ese antiguo tratado del lenguaje me ha enseñado a querer a las palabras. Las escribo viéndolas florecer, tocadas por la intensidad o desnudez de la altura, las oigo sonar en el silencio virgen de la expansión. Y son música, como afirma el gramático. Cada vez que escribo una, siento el latido del objeto encerrado por los signos. Las oigo vivir. Las palabras sacan a las cosas del olvido y las ponen en el tiempo; sin ellas, desaparecerían. Los cóndores, por ejemplo, caerían en mitad de su vue-lo. Por eso cada vez que escucho el aleteo con que estas grandes aves se lanzan al espacio, digo cuidadosamente “cóndor”, de modo que suenen bien todas sus letras, para que la palabra, además de las alas, ayude a sostenerlo."


Tres Golpes de Timbal

Daniel Moyano


Para T.








3 nov 2011


"En ese aplazamiento que repetiría ya tantos otros desde la tarde en la carretera enMantua,con las casas rojas a la izquierda,seabría una zona de ritos y de juegos,de antiguas ceremonias que llevaban al amor de los cuerpos egoístas,empecinados negadores de la otra soledad que estaría esperandolos a los pies de la cama.Era la tregua precaria,la tierra de nadie donde caerían enlazados,sedesnudarían entre murmullos,confundiendo las manos y las ropas,ahincandose en una falsa eternidad recurrente.Jugarian a los sobrenombres o a los animalitos,en una secuencia graduada y conocida y siempre deliciosa."



62 Modelo para armar

Julio Cortázar 




2 nov 2011



Era un inmenso campamento al aire libre.
De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofreciendo sueños en canje. Había quien quería cambiar un sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño parallorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de un sueño, desbaratado por culpa de alguien que se lo había llevado por delante: el señor iba recogiendo los pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte de colores.
El aguatero de los sueños llevaba a agua a quienes sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la espalda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca, peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El peine desprendía sueños, con todos sus personajes: Los sueños salían del pelo y se iban al aire.





El país de los sueños
Fragmento “El libro de los abrazos”

EduardoGaleano



1 nov 2011





"No tengo miedo ni de las lluvias tempestivas ni de los grandes ventarrones sueltos. Pues yo también soy lo oscuro de la noche."



¡Quién sabe a qué oscuridad de amor puede llegar el cariño!



                                                                                                 Clarice Lispector